domingo, 1 de noviembre de 2009

PERRO COME PERRO

Crónicas rojas de " El Caleño"
o
Venganza por Adela.


Con suma prevención  y casi que atado, para evitar que una rabieta me alejara de la silla en los primeros minutos de la película, decidí al fin verla, y  terminé absorto por el ritmo trepidante de su violencia, ensimismado y cavilando, trasegando cada calle, palmo a palmo, cada viaje, con su sociología y su misticismo, de ese gran departamento colombiano donde se entrecruzan dinámicos puertos del Pacífico , vastos cultivos de caña, mucha Salsa y desparpajo y los crímenes de bellas urbes; con sus  Carteles de la droga  pero también consu gente pujante: el Valle del Cauca.

 Víctor Peñaranda y  Eusebio Benitez, dos empleados de una organización criminal del suroeste colombiano, se ven obligados a compartir una misma habitación de un  desvencijado hotel en el centro de Cali. Allí deben esperar cada día la visita de "Sierra", personaje siniestro quien obra como chofer y guía de correrías sangrientas , bajo las ódenes del todo poderoso Jefe de las mafia: alias " El Orejón". Víctor y Eusebio ignoran, empero, que uno de esos viajes será para devorarse salvajemente entre ellos mismos, y que unas insistentes llamadas al cuarto de hotel, desligadas de su  acontecer delictivo y  perpetradas como parte de un demencial  asunto -absurdo  desde cualquier óptica- tandrán mucho que ver  en la resolución de sus respectivas historias.

"Perro come perro" se sitúa  dentro de las consabida temática que ha saturado el cine colombiano y su sobrestimado " boom" en  este decenio que está por terminar; sin embargo se sacude de esa  magra tendencia  aunando elementos cinematográficos que se apilan muy bien en el guión; una trama  cuyo contenido no es otro que la violencia social desatada por las mafias en la región Pacífica colombiana , pero que lejos de proyectarse hacia afuera - como otros films que enarbolan "íconos" de la subcultura de la narcotráfico y otras empresas criminales- estudia la estructura organizacional, así como la composición social , cultural y psíquica, de sus  entrañas mortíferas.


Es un historia urbana, con los ruidos de la ciudad, de la Cali  que supuso el devenir de la obra de Andrés Caicedo, ese narrador citadino que nos legó su revolucionaria novela: ¡qué viva la música!, en cuyas páginas nos muestra la violencia y las injusticias de los años 70 y su estrecho vínculo con la ola  de extranjeros que vinieron a consumir hongos alucinógenos y completar su éxtasis con la música Salsa. Cali es considerada la capital colombiana de la salsa, y su peculiar voseo más su  ambiente festivo, la dotan de unas caraterísticas culturales auténticas que no en vano se  intrincan en la película. Cuando el Orejón , desde un elevado piso, haciendo observar al negro Benítez  un parque cualquiera desde un telescopio, afirma que la gente no sabe dónde está parada, y que no se dan cuenta de "la calentura" , parece que indica  las razones culturales por las cuales una ciudad corroída en su diario transcurrir por crímenes atroces, de variada índole y refinada crueldad, sigue en pie, como si la gente no se percatara de las tragedias sociales, como si funcionar ocultando su sangrienta historia, o negando la realidad fulminante, fuera un paliativo para seguir existiendo a pesar de todo. Reprimir el síntoma, es decir, negar las problemáticas, es obstruir cualquier tentativa de solución; guardar silencio y esquivar verdades, parece una normativa ineleduible en el control social informal que se ha venido afincando en el hampa.

La Salsa acompaña múltiples escenas de la película; canciones de Rubén Blades, Henry Fiol, Willie Colón y hasta de uno de sus precursores, el gran Benny Moré, se convierten en piezas narrativas  que convergen con las situaciones y  el proceder de los personajes. Ello hace parte del componente simbólico con que el Director  enriquece el marco geográfico, vital para los sucesos filmados. Otro de los sustratos culturales que permiten digerir racionalmente el film, es el que bordea con su fuerza mística  cada tramo de guión; en el que pueden reconocer sus relaciones sociales muchos latinoamericanos: la brujería.


La superstición  y la magia negra,  el espiritismo y los misterios del más allá  encajan de manera poco menos que curiosa dentro del exasperante y violento realismo  que nos recuerda que en Colombia no son pocos los hombres descuartizados en vida con motosierra. Sin embargo, no bastando con  ese terror  alojado en el inconmensurable cinismo  de los matones, - a sueldo, a contrato, a destajo, con carnet, transeúntes, o propietarios, o socios de sociedades de matones-, se muestra otra realidad desconcertante que comporta elementos inasibles y empíricamente no verificables, pero practicados a diario: la santería, el " neo" chamanismo citadino sustraído de sus núcleos culturales ( práctica muy respetable en el seno de Pueblos Indígenas), y en fin, la superchería que delimita nuestro siglo XXI, en este país. En cada centro de cada ciudad, o en cada periferia, de cualquier poblado, se encuentra cada dos calles  un centro de brujería, y desde luego, cada ente y personalidad que detenta  cualquier clase de poder, cuenta con su brujo de cabecera;  cuán  cerca está la edad media.

En esta película  sobre el "mal" , se abordan muchas formas del llevarlo  a cabo sin desantender, -gran acierto-, las causales económicas de esas actividades perversas. De hecho, la línea conductora del largometraje es una bolsa con dinero, hurtada a quien antes la había hurtado de alguna manera. Aquí carece de validez el viejo adagio popular que reza: " ladrón que roba a ladrón tiene cien años de perdón". Una ciudad cosmopolita con su sincretismo cultural, que la pone al borde de la ezquizofrenia, eso parece retratar  Perro come Perro.



Es la crónica roja  de Cali y alrededores, vertida en un diario amarillista  cuyo título obliga  a entrever el trasfondo sociológico de los episodios macabros presentados: " El Caleño". Aberrante periódico que se lucra con sevicia de la sangre que se cuela en las alcantarillas y que va presentando uno a uno los hechos truculentos vinculados a los actos de los personajes; que los conecta aún más, que los alerta, que en ocasiones obra como testimonio, de mano en mano, de lugar en lugar.


Víctor Peñaranda  se lee en "El Caleño" y ahí se siente advertido de peligros que ya conoce; con templanza y valor trata de escabullirse de su sino trágico, sin apenas una módica sonrisa, con el ceño eternamente fruncido, protegiendo su tesoro, el que arrebató sin permiso y que lo tiene al filo de la muerte; no es el mejor de los vallunos, es un matón que pugna por sobrevivir en la ciudad salvaje, con su muñequito de peluche; el que a veces obra como contenedor de una exigua esperanza dineraria. Tan bien escrito como actuado, es menester hacer mención de reconocimiento de ese gran actor Caleño,  Marlon Moreno, que en mútliples trabajos le ha rendido un tributo al arte de la actuación . Bien puede experarse que hay maestría en su labor; hacerse con la piel  y alma del inabordable Víctor, y sellar aún más ese hermetismo que opera como un distanciamento entre lo que le queda de humano y  la feroz animalidad que lo hace un sujeto rapaz, ha debido demandar, además de conocimiento y técnica, un extenuante esfuerzo   psíquico, y una templanza a prueba de guión. Así pues, mientras casi todos los personajes del cine se abren al análisis de su interior, este Víctor se empeña en negar cualquier tentativa psicoanalítica que no verse directamente sobre sus actos en las marañas criminales.; tan sólo las llamadas al celular de su compañera podrían delatar algún signo de su historia y de sus sentidos protegidos por la parquedad que lo arropa. Sin duda, es uno de los personajes mejor construidos del cine colombiano.

El negro Benítez no soporta estultas bromas sobre su raza; se siente orgulloso del ébano de su Pacífico; hundido en sus pesadillas  y en la atadura de su alma a la de un muerto, observa impotente como su vida se seca día a día mientras cumple con sus compromisos criminales. Encarnado por  Oscar Borda, este personaje  traduce el miedo paralizante que cohabita en los espacios donde se mueve. Las tinieblas de los hechizos suburbanos caen sobre él para ligarlo a desesperos demenciales, que empero le darán la oportunidad de matar la culebra por la cabeza, de extirpar las raíces de la venganza para llevárselas con él.

El Orejón, Sierra, la amante de Benítez, un indigente en las afueras del hotel, el abogado de mafiosos, el recepcionista del hotelucho,  y los perros,  todos estos personajes, van muy bien hilvanados; precisos, sin desbordarse, aunque, la sangre y la historia se desborden por doquier. La violencia explícita es tan arrojada que podría ser clasificada como cine gore, pero que  por su contexto, por la genialidad del guión, y porque lamentablemente así es la realidad  de este país, más allá de salvarse de semejante estigma, se alza victoriosa ante el olvido. Generaciones enteras ubicarán un referente del cine colombiano en Perro come Perro, como muchos lo hacemos ahora con "Tiempo de Morir", "La Estrategia del Caracol" o " La Gente de la Universal", todas estas, con una temática diferente.

A tener muy en cuenta, un elemento trascendental  para la película: las persistentes llamadas al cuarto de hotel donde se hospedan los dos protagonistas,  en procura de hablar con una tal  "Adela" . Al realismo y a la magia (que no al realismo mágico) de este film se le añade un  episodio tan absurdo como demencial , que cruzando toda la película, le asesta un golpe certero, definitivo, y hasta  burlón, a toda la trama, y por qué no, al espectador. Una burla del destino, o de una mente perturbada que sin ningún puente de sangre, sin ningún vínculo aparente, teje la historia con mayor contundencia que  las mismas balas. La esquizofrenia cultural se completa con este extraño relato, el que, otorga licencia para reir.

Inolvidable el cuadro del perro bebiendo de un charco de sange cerca de una alcantarilla, la rima de Sierra con motosierra, los perros peleándose las bolsas negras, el grafitti de la Universidad del Valle en una toma y en una noticia de "El Caleño", la contrapropuesta a este periódico por una revista alternativa: " El Clavo"  que aparece por un par de segundos mientras Víctor lee el primero; la banda sonora... en fin,  el no caer en lugares comunes e ir más alllá del realismo burdo, auscultando verdades complejas, no reducidas al palurdo colorido o la chabacanería subcultural de las mafias colombianas,  nos alerta sobre una realidad mucho más problemática de lo que la gente " que no vive en la calentura" puede comprender.


País: Colombia
Año: 2008
Director: Carlos Moreno
Guión: Carlos Moreno y Alonso Torres
Actuaciones:
Marlon Moreno
Oscar Borda
Blas Jaramillo
Álvaro Rodríguez
Paulina Rivas.
Fotografía: Gerylee Polanco, Luis Hernández
Música: Los Superlitio

TRAILER


León Plata

2 comentarios:

  1. Bastante dura parece esta pelicula.

    Gracias por compartir.

    Un placer estar en tu blog.

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  2. En efecto, es bastante dura; pero vale la pena verla.
    Muchas gracias por tu comentario; espero que vuelvas. Ya paso por tu blog.

    Saludos.

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