jueves, 3 de septiembre de 2009

ILUMINADOS POR EL FUEGO

“Al comenzar a
rodar, 290 veteranos
se habían quitado la
vida. Hoy, la lista
llega a los 320”
TRISTÁN BAUER
Película argentina que entre sus temas aborda: conflictos emocionales generados por la guerra de las Malvinas, las inhumanas maniobras de la dictadura para exacerbar el patrioterismo como forma de control social y sencillamente, la amistad como forma de supervivencia.
Un excombatiente de la guerra de las Malvinas, perseguido por recuerdos ominosos de la misma, como todos los soldados, se enfrenta a las imágenes del conflicto con los ingleses, latentes a través de un amigo suyo, compañero de armas y de horrores, en su lecho de muerte. A Esteban no le va tan mal, ahora es periodista y ha sido capaz de sufrir su dolor sin autodestruirse; la mayoría no corrió con la misma suerte: muchos, alterados por los traumas de las Malvinas, se desenamoraron de la angustia por la vía del suicidio.
Esteban, el personaje principal, interpretado correctamente por Gastón Pauls, lo precisa: “Se habían suicidado más de 290 ex combatientes. La cifra de soldados suicidas se equiparaba con la de muertos en la isla durante la guerra. Me llamaba la atención algunas fotos publicadas en la prensa amarilla. Allí aparecían los rostros y cuerpos con la marca del suicidio”. La crueldad de la guerra se insertó en las almas de los partícipes a manera de trauma y el Estado que los obligó a convivir con la muerte, los abandonó a su terrible agonía; tema recurrente en varias películas, lugar común tratado desde variadas ópticas. Aquí la particularidad está dada porque los jóvenes soldados que combatieron, son víctimas no tanto del ejército enemigo sino de su propios “padres” patrios, perversos agentes encarnados en la figura de los mandos militares que condujeron las tropas argentinas hacia el desastre de la guerra de las Malvinas.
En su texto “Derechos Humanos y Psicoanálisis”, MARCELO VIÑAR anota en torno a las consecuencias anímicas de episodios sociales violentos que:
llaman “trauma puro” a la desorganización psíquica producida por la violencia del acontecimiento que al principio se produce por una angustia masiva, una experiencia apenas comunicable, porque la confianza en el otro está destruida y el interior es desolación y desconsuelo.


Algo similar han debido experimentar los soldados de las Malvinas a su retorno a suelo continental. “Imaginé que nos recibirían como a héroes, con pasacalles y vítores, pero sólo me esperaba el ladrido de un perro y el abrazo de mi madre”, dice Esteban, el personaje principal.


Pero también hubo resistencia, lucha contra esa post-guerra; “el suicidio es el acto mediante el cual se liquida simbólicamente al adversario” sugirió alguna vez el filósofo colombiano marxista- psicoanalista ESTANISLAO ZULETA, y así parecieran conducirse los adolescentes héroes de su Patria (con P mayúscula pero sin tierra ni nación). Los adversarios reales no eran de otro país, empero. Los enemigos intentaron maquinizarlos, despojándolos de sus sustancia humana; quisieron que fueran inmunes al frío, al terror de las lomas iluminadas por el fuego de las bombas soltadas por el ejército contrario, inmunes a la amistad, al sentimiento.
Los enemigos se disfrazaron de padres, padres de la patria, de una patria espuria a la que no podían pertenecer ni mucho menos defender los hijos de una Argentina ultrajada, en suma, de una patria inexistente que poco antes había vitoreado a sus primeros campeones mundiales de fútbol ( 1978), un éxito que inflamó ese patrioterismo falaz ( y cuál no lo es), pero que negó las lágrimas, las velas, las marchas, los reclamos de justicia, por sus desaparecidos, ultimados, torturados, lanzados desde los aviones en alta mar.
No eran padres, eran perversos padrastros, y era a ellos, a los dictadores a quienes se vencía mientras los muchachos labraban su suicidio. Era una manera de rendir tributo a su resistencia sin saberlo quizás. Resistieron al individualismo, a la egolatría, al terror de Estado, a la mentira, a la ignominia...
Esteban, un compañero muerto en combate y otro que dejaba su historia en un hospital años después de la guerra, se protegieron, se buscaron, afirmaron cada uno su ser en “el otro”, se dolieron mutuamente, y en esa medida triunfaron contra la patria despótica que sin desearlo representaban.
Nada de lo anterior lo precisa el film; todo lo anterior se huele en el último adiós de Esteban a su amigo en la cama de hospital – adiós menos dramático de lo que cabría-; se intuye en la desesperación de Esteban ante la amputación de una pierna a su compañero en las Malvinas, en su confusión ante los gritos de dolor que se siguen agitando en su serena, o tal vez parca actualidad... Se vive en el cementerio de las Malvinas, el que osó visitar a costa de su llanto en la trinchera, ahora como periodista, nunca como militar, siempre como humano. Inolvidable escena.
Iluminados por el Fuego no es una película sobre guerra, no es tampoco una buena película sobre la complejidad de un conflicto bélico, ni siquiera es una película sobre los traumas post-guerra, pase Stone. Toca todos estos tópicos, pero realmente es, en esencia, un drama sobre la amistad, un alegato de fraternidad, una demostración del poder de la solidaridad, no entre compatriotas, sino entre “otros”. Sin “el otro”, sin “lo otro” no se puede existir; el “otro” es condición sine qua non de mi propia razón, de mi propio sentido, de mi propia existencia.
También es factible especular, o al menos intuir, la prolongación de la guerra en tiempos de paz. La guerra constante se vive en una dictadura fascista. La guerra necesaria para que los intereses anti populares que orquestaron la tiranía se perpetúen en forma de miedo, en forma de alienación, en forma de falacias. Para que la clase dominarte domine en paz, las masas deben soportar el peso de la guerra. Se trata de lo que en teoría fascista se denomina “arkanas y simulacras”; el juego de la dominación psíquica, social y cultural para mantener a los pueblos adormecidos, aletargados, sin capacidad de respuesta, con la voluntad resquebrajada, con su conciencia enajenada, con su dignidad hecha pedazos.
Como se expresa en la banda sonora: “en un país enfermo, todas las cartas sobre la mesa, jugamos juegos perversos entre fútbol y guerra...” fútbol y guerra que exaltan una dignidad nacional prefabricada, que exacerban un fantasmagórico patriotismo, que enseñan a temer, que enseñan a odiar.( aclaro, me gusta el fútbol)
La guerra cotidiana de la dictadura argentina condenó a una tortura permanente a los ex combatientes; ellos fueron sumados a los miles de torturados y desaparecidos por el fascismo imperialista. La tortura psíquica tenía que terminar a manos de quienes la soportaban, el Estado no les iba a paliar el mal. Y desaparecieron. 290 excombatientes desaparecieron, como los hijos de las madres de la plaza de mayo. Desaparecieron de la memoria colectiva, de las páginas de la historia, se inmolaron. Pero de ellos no se hablaba; su sufrimiento no fue escrito ni cuando el liberalismo se remozó en la cándida democracia de Alfonsín.
290 excombatientes argentinos en la guerra de las Malvinas fueron borrados de la historia, y he aquí la trascendencia de la película: nos los dibuja de nuevo, los revive, nos da unos sorbos de memoria latinoamericana.
Lo hasta aquí escrito es un más allá del guión, es tal vez , una abusiva excavación de las secuencias, porque la película nos presenta únicamente un pasado y un presente, un tenue flashback, una guerra y su recuerdo, narrados con un dejo de sobriedad, evitando en lo posible el patetismo que necesariamente irriga cualquier film sobre guerras.
TRAILER

Las secuencias bélicas, los aviones lanzando bombas, los soldados argentinos muriéndose de frío y de terror, las ovejas corriendo por la pradera, los atropellos de los mandos, la tortura militar, todo esto, constituye un sólido experimento cinematográfico, donde la fotografía se alza victoriosa, como infundiendo ánimo a los personajes. Una cálida frialdad -hileras de fogonazos en frío- neutraliza las escenas de los bombardeos y gratifica la vista del espectador. El presente, sin embargo, se presenta aún más desolador; no hay fuego que ilumine el hospital donde Esteban se separa definitivamente de su amigo; desde allí viaja al encuentro de su batallón enterrado en las Malvinas, donde hallará su trinchera de dolor.
Inevitable también resulta hacer mención de la banda sonora, tan ajustada al film que quizás no se pueda prescindir de la misma. Destaca la memorable canción “Para la Vida” interpretada por el crítico cantautor León Gieco.

Iluminados por el Fuego es un film de elegante sencillez; es una excusa para hablar de algo que no todos conocemos, de algo desaparecido, de una desaparición forzosa: la post-guerra en la psique de los excombatientes argentinos y la resurrección de su memoria.. Es en cierta forma, una película redentora...

2 comentarios:

  1. He visto esta película y aunque es triste y muestra una cruda realidad, a mí personalmente me ha gustado. Es tan dramática como la guerra misma, y eso lo refleja perfectamente.

    Mis saludos desde Ángel Poético.

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  2. Gracias por tu comentario. La película tiene algunos detractores; pero a mí también me ha gustado sobremanera.

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